Cálica, la gran estudiosa del mundo, les presenta un nuevo desafío a nuestra pareja de aventureros.

Carampí es un poblado que nació y creció gracias al cultivo de la Carasca, una raíz con múltiples aplicaciones medicinales. Fue justamente esto, la gran disponibilidad y variedad, ademas de la calidad de los derivados de esta raíz, que llevaron a Cálica a establecer su estudio aquí. El consejo carampiñero y el resto de sus pobladores, no podrían haber estado más orgullosos de tenerla como vecina. Pocas personas dentro de los límites del mundo conocido tenían tanto prestigio como ella. Cálica, arrojada matemática, conocedora de los profundos secretos de la física, ingeniera heterodoxa. Cálica, insomne a la fuerza debido a los dolores articulares que lleva consigo desde sus seis años. Solo con una combinación de ungüentos e infusiones a base de Carasca logra poner en segundo plano las dentelladas que la enfermedad le propina hora a hora en los límites de sus huesos. Nada más así, ella logra escuchar sus hermosos pensamientos.
Cálica abrió la puerta con una mano, con la otra sostenía una taza que parecía colgar del techo a través de varios hilos blancos y translúcidos.
Los dos viajeros entraron toscos y polvorientos, eran el fruto de su travesía. El estudio de Cálica era una cuidada yuxtaposición de artefactos y libros. Arreglos florales irrumpían en cada rincón. Incluso ella llevaba una corona de flores. Este detalle que en un primer momento a Mahapu le resultó extraño, casi contradictorio, con la idea que se había hecho de la gran mujer de ciencia que tenía frente a sus ojos cobró sentido más tarde en los dichos de un pescador a quien compraron suministros. El perfume de las flores enmascaraba el olor de la Carasca que adormecía su cuerpo.
“Los estaba esperando” dijo la mujer de las flores. Hizo un gesto y los tres se sentaron en el centro de la estancia principal “Cuando cosas terribles pasan, las personas que hacen, buscan la guía de las personas que saben… En el mejor de los casos. Por esto estaba esperando la llegada de alguien…” hizo un ademán señalando a Mahapu y Machuca “… Como usted y su amigo”. Sin aviso entró una mujer trayendo varios tipos de panes dulces y dos tazas decoradas, llenas de un líquido morado que constantemente se escapaba en forma de nubes. Mahapu pidió a Cálica que le hablara de las cosas terribles que había mencionado. Lo que para una podía ser un escenario espantoso, para la otra era la promesa de tierra fértil para la aventura. Machuca, sin mucho éxito, intentaba devorar con gracia las delicias que tenía al alcance de la mano.
La mujer de las flores, poco afecta a la actividad física, había cultivado el arte de la conversación, en tal grado que escucharla era como ver a un escultor tallando la tela de una araña en el corazón de una nuez. Por lo que no tardó más de cinco minutos en capturarlos en su relato. Les contó cómo un par de semanas atrás, las tres esferas comenzaron a colapsar unas sobre otras en puntos aleatoriamente determinados. Algo inocuo cuando una realidad aparecía en el espacio vacío de otro mundo. Pero, al aumentar la frecuencia y la cantidad de puntos de superposición, la catástrofe era cuestión de tiempo. Ya había reportes de ciudades aplastadas por otras ciudades. Personas y animales agonizando fundidas en seres de pesadillas. Imposible funciones de elefantes y garripalos. Hombres aparecidos dentro de máquinas. Amamari, quien vivía en las afueras del pueblo, le había llevado un extraño objeto que fue a aparecer entre su plantación de Carasca. Antes de desaparecer, Cálica tuve tiempo de examinarlo. El espectrómetro no dejaba duda alguna, la fuente de la anomalía proviene del caótico mundo de Machuca.
“Yo quería poder volver a mi mundo, a buscar a Godsila, mi carpincho. Por eso le trajimos este libro” dijo el muchacho, aprovechando que el gesto despectivo que Cálica había hecho para referirse a la tierra lo había sacado del embrujo de su relato. Mahapu buscó el mencionado libro y se lo alcanzó a la mujer de ciencia. “Sabemos que usted tiene… construyó un translocador tetra dimensional.” Mientras la mujer de las flores acariciaba las letras grabadas en el lomo del libro “De tiempos relativos y geométricas causales”, replicó: “¿Saben cuántas personas tienen el conocimiento, la habilidad y la paciencia de construir un aparato de semejante precisión y belleza?” “Seguramente muy pocos, por ahí tan pocos como personas que tengan ese libro que le estamos ofreciendo”. Fue la primera vez que Mahapu veía a su compañero dar una estocada tan precisa. Por fortuna, su pecho era ancho y endurecido como para contener tanto orgullo. Machuca le sostuvo la mirada a Cálica, tal vez por el subidón de azúcar. Ella sonrió. Dejó el libro en una mesa cercana y se internó en el bosque de artefactos y cosas que se ocultaba en el costado más lejano y oscuro de la estancia. Les habló desde allí y ellos se miraron eufóricos, pero contenidos. Como quien encuentra un trébol de cuatro hojas en una corona funeraria. “Les voy a dar el translocador, aunque crean que solo están buscando a ese tal Godsila” la voz llegaba enrarecida después de rebotar en placas de cobre, tuberías metálicas, engranajes, palancas y frascos de vidrio con innumerables compuestos químicos. “Pero antes, pequeño, quiero que me lleves de paseo”. Cálica salió del bosque cargando una esfera del tamaño de un melón.
La superficie del translocador que descansaba sobre la mesa, junto al libro, era la combinación de cientos de anillos metálicos. Cada uno numerado en una escala y unidad distinta. “No son muchas las oportunidades que mi oficio me da para recorrer el mundo. Y a la vez, para encontrar cosas que me sorprendan, debo adentrarme más y más en la materia, o bien extrapolar en las lejanías de las estrellas. Por eso ahora te pido que me lleves de paseo por algún aspecto de tu mundo que me sorprenda. Eso será lo que cierre este trueque.” De repente, toda la atmósfera del planeta se concentró en un cilindro que aplastaba la cabeza de Machuca.
En los segundos que le tomó acomodarse en el banco que su anfitriona había ofrecido para su cómoda estancia, Machuca recordó las palabras de Cálica. Había mencionado al elefante y a un par de animales más sin inmutarse. También hizo referencia a varias ciudades, algunas trágicamente aparecidas, otras con mejor suerte, pero ninguna dio la impresión de serle desconocida. El objeto que pudo analizar, según lo descrito, era una “notebook”. Por lo que no era aventurado suponer que estaría familiarizada con nuestra tecnología. Se frotó sus nuevas manos, y subido a la ola eufórica del azúcar dijo “Doña Cálica, déjeme que la lleve a cinco maravillosas ciudades, que no solo serán nuevas para usted. También, como embajador de mi mundo le aseguro y le doy mi palabra, si al trato le agrega una canasta llena de estos panes, que ninguno de estos lugares hará daño jamás a su mundo o sus habitantes” Y Machuca construyó castillos en el aire:
Horizontes perdidos, publicado en 1933. De James Hilton
El valle de Shangri La es un lugar mágico situado entre las montañas del Himalaya. Allí nadie envejece ni piensa en la muerte. Este paraíso tibetano fue fundado por el Gran Lama como el último refugio en caso de que alguna catástrofe acabara con la civilización.
Los pasos perdidos, publicado en 1953, de Alejo Carpentier
Esta ciudad se ubica en Brasil, pero un intrincado viaje será necesario para poder descubrir sus maravillas. Quizás sea esta la capital desde donde fluye en realismo mágico que perfuma a toda América del sur.
de Utopía, publicada en 1516, de Tomás Moro
Esta ciudad ideal es la capital de la isla Utopía, cuyo. Nombre que recibe gracias al antiguo rey Utopo. En esta ciudad sin muros, el voto popular es quien gobierna y los bienes pertenecen a la comunidad.
Los que abandonan Omelas, cuento de 1973, escrito por Ursula K. Le Guin
en esta ciudad se celebra un festival que celebra la dicha absoluta de todos sus habitantes…. O quizás no.
De Cien años de soledad, publicado en 1967, de Gabriel García Márquez
esta aldea fundada por José Buendía, está tan bien diseñada, ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.
Dibujó con sus manos en el aire los mapas y planos de todo cuanto dijo. Machuca habló como en trance por más de dos horas sin que Mahapu o Cálica dijeran una sola palabra. La mujer que había traído la bandeja escuchó, también suspendida en el tiempo,
bajo el arco que llevaba a la cocina. Cuando terminó la mujer de las flores le alcanzó el translocador con una gran sonrisa. “Por un momento dudé. Es un artilugio muy peligroso como para entregarlo a un par de extraños. Pero, si algo sé de tu mundo gracias a Odiseo, es que para completar una empresa tan inmensa es necesario un poco de descaro embaucador”.