LA BIBLIOTECA V

Solo, en un mundo extraño se despertó Machuca. Un nuevo capítulo en su aventura fantástica.

Machuca se sintió despellejado y se enfrentó violentamente a la gigantesca diferencia de estar solo en tu casa y estar solo en una ciudad desconocida. En el segundo caso, cada lugar es el mismo lugar, porque cada punto de la ciudad es un sitio hostil. Así se sintió Machuca cuando abrió los ojos en este mundo extraño, una meseta oscura salpicada con manchas de pasto, con picos rocosos como miniaturas de menhires puestas aquí y allá sin un orden aparente. El aire era húmedo y picaba cuando entraba en la nariz. Afortunadamente, esos detalles incómodos quedaban muy abajo en la lista de cosas a tener en cuenta. Arriba, muy arriba en el cielo, entre las nubes y envuelto en un efecto óptico que lo hacía ver traslúcido, vio lo que parecía ser el ojo de una ballena.

Gritó, llamando a Godzilla. Empecinado al punto de no querer mover el cuello para que los pensamientos no se le dispararan, Machuca evitaba pensar qué cosas malas le podrían estar pasando a su amigo. Porque las amistades siempre tienen ese defecto de dividirnos un poco la felicidad, haciendo imposible que la misma se concrete ya que ninguna de sus partes la puede alcanzar.

Godzilla y la biblioteca habían desaparecido… o él había desaparecido. Pero ambos -o la promesa del pequeño peludo y ese incipiente rejunte de libros y películas- seguían siendo efectivas excusas para ser valiente, para permanecer vivo. No obstante, necesitó sentarse urgentemente, luego acostarse y ver las hierbas finas de un verde azulado tan cerca de sus ojos que se veían borrosas. Se quedó así un rato, concentrándose en lo familiar que era estar tirado en el paso, recordando el sol brillante y el alto contraste del verde selvático y el amarillo desértico. Era tranquilizador quedarse viendo como el paso se encogía… ¿Viendo como el pasto se encogía? En el lapso de un minuto, esa tira verde había perdido casi medio centímetro. Sobresaltado, puso espacio entre él y ese pasto engualichado lo más rápido que pudo. Quedó en blanco por un momento, sin saber cómo procesar lo que estaba pasando (o lo que no dejaba de pasar, si somos justos con el resto del relato).

“Las sombras se alargan a la vez que el pasto se encoge”, dijo, y notó que su voz sonaba diferente, seguramente debido a lo extraño del aire que estaba respirando. Jamás se lo ocurrió pensar que podía ser venenoso. Todo lo que le importaba en aquel momento era atestiguar el avance de las sombras. Giró y, haciéndose sombra sobre los ojos con la mano extendida, ubicó la posición del sol. Era la misma que había notado al ver el ojo de la ballena. No, el sol no se estaba moviendo, pero sin duda las sombras cambiaban. ¿Los relieves de la tierra se encrespaban? La tierra parecía hincharse, como respirando. De un punto escarpado del paisaje a otro, corrió incrédulo para confirmar este prodigio; corroboró cualquier saliente y pequeño montículo rocoso que pudo encontrar: todos ganaban altura poco a poco desde la base, alargando de esta manera la sombra que proyectaban. Para no salir de su asombro, por el rabillo del ojo pudo ver a lo lejos una línea oscura. Pero, al enfrentarla, ya no vio nada. Volvió su cabeza a la posición original y, nuevamente de reojo, pudo ver esa fina sombra. La enfrentó de nuevo… y otra vez la sombra desapareció. “Es como una sombra tímida”, pensó. A tanto había llegado lo antinatural de aquel mundo, que solo el espíritu lúdico de la infancia lo pudo mantener erguido. Volvió a buscarla mirando por el rabillo del ojo. La encontró y, sin mirarla directamente, fue acercándose como quien se acerca a una lagartija.

Mientras recorría esa decena de metros de distancia buscando esquivar cualquier piedrita que pudiera hacer ruido para no asustar a la sombra, Machuca -quizás inspirado por este paraje que parecía inventarse minuto a minuto, siguiendo las órdenes de una voluntad caprichosa- recordó algunos textos que hasta aquel día juraba solo existían en el mundo de la ficción. Pero después de hoy…

Y los cinco libros imaginados que recordó y deseó agregar en su biblioteca fueron estos:


Después de unos cuantos pasos cautelosos, Machuca puso su pie -enfundado en las mismas zapatillas de lona que había usado durante todo el año- sobre la sombra pudorosa. Puso ambos pies sobre ella y la pudo sentir sobre su cuerpo, fresca, húmeda. Ahora que la podía ver desde cerca, sabía que estaba mucho más tranquila. Machuca, entonces, supo que ya podía mirarla francamente: era una torre tan alta como diez veces la altura de la iglesia San Francisco de su Yavi natal. Y, si bien a sus ocho años ya había conocido edificios mucho más altos en diferentes ciudades, en su mente siguió comparando todo lo alto con esa torre maciza y clara, como quien compara cualquier tortilla con las tortillas que comía cuando era chico.

Sí, la torre era muy alta, pero no era nada comparado con la cordillera y la ladera de los Andes donde él había crecido. Fue a por la torre porque, fuese imaginaria o no, nada lo dejaría perdido en los confines de la locura. No mientras Godzilla y la biblioteca esperaran por él…

Santaplix

Ilustrador y artista de comics independiente. Fan del cine de horror clase B.

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