El pasado reinventado

¿POR QUÉ SIEMPRE NECESITAMOS CONTARNOS LAS MISMAS HISTORIAS?

Particularmente, tengo una relación de amor-odio con las coincidencias. No soy de disfrutar las coincidencias geográficas inesperadas. Salgo a dar una vuelta por la ciudad y me cruzo con alguien (aunque sea una de mis más queridas personas) que decide acompañarme en la caminata… Bueno, ese no es mi tipo de coincidencias. Por otro lado, cuando me siento frente a la pantalla de la compu acompañado de un trío de porciones de pizza de ayer (sacadas del horno así nomás porque la pizza, al igual que los tardígrados, conocidos popularmente como “osos de agua”, tiene la capacidad de sobrevivir y ser apetecible en condiciones extremas), con ganas de ver algo emocionante, y veo que algún desalmado subió de forma ilegal King Arthur: Legend of the Sword… ¡Ese es mi tipo de coincidencia!

Traducida al español como El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada (2017), la peli está dirigida por Guy Ritchie (Sherlock Holmes, Snatch, RocknRolla y un no tan largo etc.) Si vemos su obra, notamos que cuando más cómodo se siente es cuando nos habla de los arrabales de Londres. Es lo suyo, es lo que conoce y le gusta. Y para ser justos, uno solo puede hablar de lo que conoce y le gusta. De lo que conoce, porque es la única forma de no caer en los clichés prefabricados y recrear modelos que vimos en otras obras. De lo que le gusta, porque solo de ese modo va a tener la voluntad de aguantar todos los obstáculos y frustraciones que significan hacer un trabajo artístico/creativo. Al enfrentarse a la leyenda del Rey Arturo, el señor Ritchie no hace una excepción: el futuro rey es un pendenciero que regentea un burdel, un criminal de barrio, pero de buen corazón.

Siempre dicen que, en los primeros quince minutos de película, las primeras páginas de una historieta o el principio de cualquier obra, se establece un contrato entre la obra y el espectador. Por ejemplo, en los primeros minutos de La Guerra de las Galaxias ya escuchamos el sonido de los disparos de las naves del Imperio. Esto nos dice que la historia no es de ciencia ficción, y que nos vamos a olvidar de cualquier fundamento científico para disfrutar de la “ópera espacial”.

Todos sabemos que en el espacio no hay sonido. Lo primero que vemos en esta nueva interpretación de la leyenda de Camelot es un elefante gigante… “OK, esto no es lo que recordaba haber leído”. No es ni lo que recuerdo haber visto en Excalibur (1981) dirigida por John Boorman, que adaptaba la misma historia, un poco (bastante) más fiel a los textos. Es un film mítico donde aparece un joven -y ya pelado- Patrick Stewart (Jean-Luc Picard de Viaje a las estrellas para los maduros, y el Profesor Xavier para los más jóvenes).

Lo bello de Excalibur es su teatralidad. Pertenece a esa época del cine donde las luces de colores contaban como efectos especiales. Los personajes aparecen el 90% del tiempo con sus armaduras de placas completas, lo que vendría a ser algo así como que un cosmonauta fuese a almorzar con su traje espacial puesto. Así que ahí tenemos esta peli ochentosa con brillos y muchos colores. Ahora, mientras escribo, me acuerdo de otro abordaje de la misma historia que sacó todo componente mágico (vaya uno a saber por qué alguien le querría sacar el componente mágico a una historia, pero bue…): King Arthur (2004), dirigida por David Franzoni y protagonizada por Clive Owen. Esta encarnación cuenta la historia de un soldado romano que se queda en la isla cuando el Imperio se retira. Esta es la versión que algunos manejan como la semilla que, luego, dio paso a la leyenda.

Entonces, en un breve recuento mental, ya tenemos tres Arturos: el último, “supercool” y arrabalero; el ochentoso y teatral, y el “verídicamente” torturado por su moral. Pero, ¿cuál es la base de todos estos reyes? Thomas Malory (1416-1471) fue quien cristalizó los mitos artúricos, tomando diferentes relatos ingleses y franceses (algunos de ellos precristianos) para mezclarlos y adornarlos según la moral de la época.

Y la verdad es que cualquier historia que se haga, intente o no ser verídica, históricamente correcta o simplemente la recreación de un cuento viejo, siempre, siempre y siempre estará hablándole a sus contemporáneos. ¿De verdad pensamos que podríamos empatizar con un noble inglés del siglo XII, si no fuese porque está adaptado a nuestros cánones morales? Sin ir más lejos, si el Capitán América apareciera (si apareciera un tipo que luchó en la Segunda Guerra Mundial y estuvo congelado hasta nuestros días), seguramente sería insoportablemente machista, xenófobo e ignorante. Por eso, siempre son necesarias las reelaboraciones de nuestras historias. El mismo dios judeocristiano tuvo su actualización -su “reboot”- en el Nuevo Testamento.

Esta necesidad de ubicar en nuestros tiempos las historias generacionales que ya quedaron desactualizadas no es algo que se haya inventado hoy. Es más: esto es el signo de nuestro apego a una concepción del tiempo que se cree superada. Como sociedad supermoderna, racionalista, amante de la ciencia y el alcohol el gel, creemos que el tiempo es lineal o que, por lo menos, no tiene naaaaaaaada que ver con nuestra existencia (y hablo de estos conceptos no desde un punto de vista de la física cuántica, ni de la visión del tiempo-espacio de Einstein). Pero, como seres sensibles que necesitan sentirse “especiales”, siempre tendemos a pensar que nuestro tiempo es EL MOMENTO, y que las cosas importantes (y sabemos que todo lo que realmente importa no está en la historia, sino en los mitos) nos son cercanas. Y esto es lo que define una concepción del tiempo mítico circular.

Por ejemplo, en el antiguo mundo griego, los lugares míticos siempre estaban en los límites del mundo conocido. Si los exploradores extendían este mundo conocido, las ciudades fantásticas, los enormes monstruos y todo se movía un poco más allá. Nadie se paraba y decía “che, me parece que estábamos diciendo cualquiera, al final no había nada interesante allá”.

Todo el tiempo nos apropiamos de la historia y reinventamos el pasado. Incluso el futuro que pensamos lo pensamos desde nosotros, porque no somos capaces de admitir que solo somos un pequeño segmento intrascendente en una infinita sucesión de hechos aleatorios… Pero tampoco es que estamos obligados a aceptar estas realidades tan malas para nuestro ego. Podemos vivir en un hermoso tiempo mítico circular para sentirnos especiales. Con no proclamar que somos “los elegidos” (inserte aquí la justificación que se le ocurra) y joder a otras personas, estamos hechos.

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